top of page
Foto del escritorCarlos Irasola

Paralelo 42

- Quiero hablar con vos, pibe.

- ¿Conmigo? Contesta el Pocho, algo sorprendido, saliendo de la fosa con el mameluco lleno de grasa, una llave francesa en su mano derecha, mientras con la izquierda se saca de la cabeza una linterna frontal, del tipo de las que usan los mineros, mientras explica que la lamparita de la fosa se quemó hace como dos meses, “ y nos olvidamos de cambiarla”

- Sí, sí, con vos, me dijeron que sos bueno manejando..

Pocho sonríe, halagado. Su trabajo en el taller de los Sorti le ha dado experiencia. Sabe de mecánica, pero poco a poco ha ido ganando el espacio de probar los autos. Le gustan los fierros, y tiene una sensibilidad especial. Para él, escuchar un motor que funciona bien es la mejor música. Para probarlos arranca siempre por el camino a la laguna. Llega a fondo al cruce de la ruta 23 con la 6, las dos de ripio. Allí el rebaje, ganando revoluciones, al tiempo que con el taco aprieta el acelerador y con la punta, de manera simultánea el freno. Ya sabe la respuesta, el auto se desliza desde atrás de manera lateral, levanta toneladas de polvo, la culata se desplaza hacia adelante, mientras la punta apenas se mueve y queda dirigida como un misil hacia la izquierda, camino al objetivo, momento de soltar el freno y clavar el acelerador contra el piso, para salir inmediatamente con un ruido de trueno y piedras despedidas que acribilla el camino a sus espaldas. Va hasta la laguna, y a la vuelta, ya de regreso en el taller puntea: embrague, frenos, caja, motor, tren delantero. Diagnóstica y corrige, con algunos riesgos, pero eso a los 18 años no se mide.

- Pero te quiero probar, a ver si es verdad que sos tan bueno, agrega el turco Simón. Su mirada dura alumbra el taller desde lo profundo de sus ojos. Sus canas se encienden con la luz que entra por la ventana. Esa luz se cuela oblicua, alumbrando una mesa llena de fierros, y tocando el borde del torno, para terminar finalmente, hilacha de sol, contra el guardabarro trasero de una camioneta Studebaker. El resto del recinto tiene esa penumbra olorosa a grasas y resinas. Al fondo, un tubo fluorescente difumina, pálido sobre un escritorio de madera mugroso, y se diluye enseguida entre las sombras, donde se adivina un motor sobre un par de caballetes y una tabla.

- Cuando quiera amigo, dice el Pocho, que apenas puede contener el entusiasmo. Exhala una fresca seguridad que no escapa a la experiencia de Simón, que relaja brevemente su gesto duro con una sonrisa.

- Mañana a las 8, ordena, y estira la mano para sellar el pacto. Paso por tu casa. Se va enseguida con paso enérgico, esquivando una montaña de radiadores en desuso, y dando un salto por encima de un diferencial de camión.

2. La mañana es azul. Se anticipa un buen día, ojalá sin viento. Pocho no puede creer lo que ve. La camioneta es una Chevrolet nueva. Arquímedes, que vino con el Turco, le cuenta que tiene un motor grande, que eso explica la forma combada del capot.

- ¿Lo puedo abrir? Pregunta, y sin esperar respuesta, ya está levantando la pesada chapa y sus ojos asombrados miran el motor. ¡Son 8 cilindros en V!! exclama con un entusiasmo que lo desborda. El ruido del motor, regulando es como un ronroneo de gato, cuando ya se ha instalado a pleno su placer.

- Tiene dos bocas de carburador, completa Arquímedes, es una gran máquina, tiene caja y polenta para dos toneladas de peso!!

Pocho deja caer el capot., y luego la rodea, acariciándola. Le gusta ese color naranja fuerte. El “trueno naranja”, piensa, mientras la recorre por la derecha hasta detenerse en ese hueco entre la cabina y el guardabarros trasero, que será a partir de ese año de 1957 una característica de las “Chivas”. “Acaricia a la chata como si fuera una mujer”, anota Arquímedes con lápiz en su libreta. Luego sonríe y dice: “Este modelo no se fabrica en el país”. Mientras el turco, un poco impaciente ya, le indica a Pocho que maneje.

Se sienta entonces, sus manos en el volante, se demora un momento para sentir. Aprieta dos veces el acelerador en punto muerto, para escuchar el runrún, el anticipo del rugido.

- tiene olor a nuevo, dice como cambiando de tema, pero todo su ser está en el interior de la máquina, deslizándose con el lubricante, andando el camino del combustible, latiendo en las válvulas, siguiendo el movimiento de subir y bajar de los pistones.

- Vamos por la ruta a Ojo de Agua, dice el Turco.

Sale despacio Pocho, va sintiendo el camino, el vínculo entre la chata y el ripio. A las pocas cuadras, enfilando ya hacia la ruta indicada la toca apenas y le sorprende la respuesta del motor y de todo el conjunto, que parece otear el horizonte.

- a fondo pibe.

¡Como si hiciera falta !! El velocímetro marca 120. A los 130 siente claramente abrirse la segunda boca del carburador, percibe el bombeo de combustible abundante, ordenado por su pie derecho que ya toca fondo. Poder. 140, 150, y el sonido, una sinfonía de Beethoven para los oídos del Pocho. 160, 165, 170. Se desliza casi flotando sobre el ripio. Simón tiene ese aire reconcentrado que lo caracteriza, Arquímedes, en el medio está más pálido que de costumbre. Pocho disfruta.

Entonces, calmo, el turco, dice:

- en 200 metros hay un retén policial, tenés que frenar y pegar la vuelta.

Pocho entiende la consigna, el retén imaginario se despliega claramente ante sus ojos. Embraga y frena simultáneamente, al tiempo que prepara el rebaje. Cuando pone la segunda las revoluciones aumentan tanto que parece que el motor va a explotar. Viborea la chata, escarba con toda la fuerza de sus ruedas traseras, abre surcos en el ripio, mientras el talón de Pocho sobre el acelerador, y la punta de ese mismo botín sobre el freno trabajan la maniobra, que completan sus manos girando todo el volante. Todo. La camioneta detiene su camino a apenas 10 metros del “retén”, que de ser real encontraría a los milicos escondidos detrás de sus autos. Pero la inercia lleva su parte trasera hacia delante, mientras la delantera va girando, como alrededor de un eje, hasta completar los 180 grados. Cuando esto ocurre, o más bien cuando la intuición de Pocho le sugiere que ocurre, entre medio del estrépito y el polvo, cortina de arena y piedra, adivina el camino. Debe esperar todavía, porque la chata se ha levantado del lado derecho, se ha despegado del suelo amagando volcar. Pero él sabe que no ocurrirá. Caerá, sobre las cuatro ruedas, y en ese mismo momento, antes del rebote, el acelerador estará a fondo, las revoluciones subiendo a punto de rugido, una cabriola, un cabeceo y el despegue furioso. El trueno naranja en busca de su nuevo objetivo, dejando atrás una tormenta de meteoritos, una nutrida lluvia de metralla.

- Faaah! Dice Arquímedes, después de un suspiro y antes de una carcajada abundante, que alivia la tensión.

- Bien pibe, le dice serio el turco, cuando por fin termina Arquímedes su risa. Mientras, Pocho maneja sereno, las dos manos en el volante, camino a casa. Cuando llegan el turco comunica, lacónico:

- Desde mañana trabajás conmigo. Anda avisando nomás en el taller.

Arquímedes entre tanto, repite una vez más su gesto: el índice apretando el puente de sus anteojos, que pegados con cinta adhesiva apenas se sostienen.

3. “Siempre una historia proviene de otra historia”, escribe Arquímedes en su libreta. Porque el turco no siempre fue contrabandista. Él lo conoció de “jagüelero”. En toda la línea Sur, pero sobre todo en Valcheta, Sierra Paileman y Arroyo Los Berros, y también en Los Menucos, Sierra Colorada, Bajo Santa Rosa y salina El Gualicho. Fue el mejor, casi un artista.

Era cosa de Arquímedes ubicar el agua, la profundidad, la calidad. Con horqueta de sauce y en pata entre las matas pinchudas y los guijarros. Después venía el topo Guajardo. “si a este le damos un pico y una pala le hace un túnel a la cordillera de los Andes, y aparece terroso por el lado de Chile”, dice la libreta, una anterior. Pero cuando llegaba al pedregal aparecía el arte. Simón y la dinamita. Lo recuerda Arquímedes, tirado de espaldas al costado de la boca del pozo, serio, con la respiración profunda, un instante después de la explosión. Antes había colocado los explosivos en las grietas, los “tiros le decía”, con mucho detenimiento. Pero todo se aceleraba luego cuando desde abajo prendía la mecha, y se trepaba tranquilo por la soga, mientras el chisporroteo caminaba veloz a su objetivo, para volcar arriba en el momento exacto en que explotaba abajo, disparando un cañón de fuego y piedra camino al cielo.

Después, entretejía con ramas de jarilla, para cubrir por completo las paredes y evitar derrumbes, trabajo artesanal y delicado en el que ponía mucho empeño.

Todo terminaba con el pozo calzado, el brocal, la soga, las rondanas, y el agua brindando vida.

“En esa época, que fue antes de otras cosas, todavía reía”.

Fue después de “esas cosas “ que se hizo cuatrero.

Arquímedes nunca lo acompañó a cuatreriar, no le gustaba. Pero le daba admiración ver que abastecía a todas las carnicerías del pueblo sin tener una pata de oveja. Tejía redes, como antes con la jarilla, ablandaba al comisario de turno, conversaba al juez de paz. Resolvía.

Nunca se supo que le robara a un pobre. Por el contrario no llegaba a una casa del campo con las manos vacías. Carne, vicios, plata. Esta acción distributiva le gustaba a Arquímedes, pero Simón también armaba así su retaguardia.

Piensa Arquímedes que Simón lo divierte, su modo concentrado de ser, su voluntad, la trasgresión como forma de vida, y esa cosa corajuda y generosa.

4. Pocho, en cambio lo admira. Porque es como una leyenda, que corre entre la gente como la mecha encendida de la dinamita.

Lo vió, como todo el pueblo, la ocasión en que arriba del techo de su casa les puso freno a todo el destacamento policial. Eran en realidad tres milicos medio deshilachados, y un “móvil” policial modelo 46. Tiró dos tiros, parapetado en el tanque de agua, los clavó contra una puerta de madera de un galpón. Tengo 5 cajas de balas, gritó. Vengan a buscarme si se animan!!!! Tres horas duró el asedio, y no terminó hasta que subió el propio comisario a negociar.

Lo habían denunciado por “abigeato”. Después de la charla se entregó, y al día siguiente andaba como siempre caminando serio por el pueblo.

Respecto a Arquímedes eran más las dudas. El tipo le parecía extraño, con su pelo largo, lacio y canoso, unas entradas profundas en la frente y sus anteojos remendados. Hablaba lindo, pero con misterio. Había llegado al pueblo por los años 40, era profesor de historia pero nunca había trabajado, que se supiera. Ana, que había sido su mujer, fue maestra de Pocho en sexto grado, la recordaba apenas, porque ese año se fue del pueblo.

Lo solía ver caminando por las calles, hablando mucho con la gente. Siempre con lápiz y libreta.

En cambio, en las carreras de caballos, lo vio transfigurado. Corría junto al alambrado que delimitaba la cancha, con plata en rollitos calzados en el espacio entre los dedos de sus manos, apostando, hasta un momento antes de que se bajara la bandera y los parejeros largaran su furia en doscientos metros.

Pocho pensaba que era algo estrafalario, y que capaz estaba un poco loco.

Unos años después, cuando ya los sucesos que estaban por empezar a acontecer se hubieran desencadenado hasta el final, y el tiempo hubiera pasado lo bastante para que dentro de él se aclaren las ideas, iba a reconocer que era la persona que mas cosas le había enseñado en la vida.

Nunca, pensaba Pocho, dos tipos tan distintos se habrán complementado tan bien. Uno, que amaba la risa y las palabras, el otro, que vivía serio y en silencio.

5. Pocho ha ido armando lo que ocurre desde charlas fragmentarias. El Turco prácticamente no habla. Ha hecho con él tres viajes, y cuando le pregunta, le dice que él se ocupe de manejar. En cambio Arquímedes sí habla, pero Pocho no siempre lo comprende.

El origen de todo fue el decreto 10991 del 56, de la “Revolución Libertadora”, que permitía el ingreso de todo tipo de mercadería al sur del paralelo 42 sin pagar impuestos.

Le producía mucha risa a Arquímedes que los milicos creyeran que el paralelo 42 podía ser una barrera de algo. Pensá pibe, una raya sobre un mapa, una línea recta en la Patagonia!! A quien carajo se le ocurre!!!

Entiende que al principio el contrabando fue de cigarrillos y whiski. Cargaban en Puerto Madryn, pasaban el paralelo por cualquier lado, y lo vendían en el pueblo. Fácil, y buen negocio. El tema fue que en uno de los viajes participó Arquímedes, y mientras Simón negociaba la compra, se puso a caminar por un enorme playón en el puerto, donde se acumulaban cientos de autos cero kilómetro. Cómo era su modo, curioseó, conversó, se enteró. En el viaje de vuelta ya lo tenían decidido.

Comenzó entonces el contrabando de autos.

La reconstrucción de Pocho del “modus operandi” es el siguiente:

a) se compran “legalmente” en Chubut. Para esto se utilizan documentos personales falsificados. El encargado de esta tarea es un tipo flaco, ojeroso y medio encorvado, de traje y aspecto oscuro que tiene una imprenta en Rawson. Lo llaman Victorio.

b) El mismo personaje de la imprenta falsifica los papeles de aduana. Lo hace bien, de modo que parecen reales. Son “mellizos” tienen numeración coincidente con la que provee el estado, pero repetida. Las firmas y sellos de los funcionarios son imposibles de diferenciar.

c) Se perfora el paralelo por cualquiera de los mil caminos que el turco conoce de memoria. Una vez en el pueblo, el intendente los patenta, en tanto desde el punto de vista legal, todo parece en orden. Este trámite ocurre cuando ya se ha vendido, generalmente a algún estanciero de la zona.

d) Los compradores saben, desde luego, como viene la mano, pero les resulta tentador el precio, y también la exclusividad de acceder a vehículos imposibles de conseguir en otro lado. Esto alimenta su status y su ego. Son buenos años en los precios de la lana lo cual les permite comprar camionetas de mucha potencia, y les encanta hacerlas roncar frente al Club Social.

6. Tal vez el error del turco fue no arreglar con la policía del Chubut, es lo que Pocho piensa. Sabe que le fue sugerido, quizás por el hombre de la imprenta, y que en este caso, tal vez porque le pareció caro, o vaya a saber porqué, Simón dijo que no. Lo cierto es que cuando el turco decía que no, era simplemente no. Pocho piensa que su contratación como conductor estuvo vinculada a esa decisión.

Quizá fue por esto que en el tercer viaje comenzó una escalada que en poco tiempo iba a provocar una cantidad de hechos inesperados. Venían tranquilos ese día, traían una camioneta Ford 56. Cruzaron esa vez el paralelo a la altura de El Maitén. Tal vez fue un exceso de confianza, cruzar por una de las rutas más transitadas y directas. Habían recorrido un camino de bosque, que transcurre por la estancia Leleque, y desemboca en el paraje llamado Buenos Aires Chico, a pocos kilómetros del Maitén. Al atravesar el río Chubut los intentó detener un patrullero, pero Pocho, fiel a su instinto y a las instrucciones que tenía, lo esquivó y tomo distancia con el acelerador a fondo. La persecución duró casi hasta Río Chico, luego de pasar el pueblo de Ñorquinco fierro a la tabla, ante el asombro de los pobladores. En un cañadón angosto, a pocos kilómetros del pueblo, Simón le indicó a Pocho una huella a la izquierda que luego de superar una barda, declinaba hacia unas lomas , quedando fuera de la visión que ofrecía el camino principal. Unos minutos después escucharon el rugir del motor, que siguió por el camino que venía, ante la carcajada de Arquímedes. Catarata de risa.

Anduvieron un par de horas por esa huella pedregosa, hasta que finalmente avistaron unos álamos, bordeando un mallín, que parecía un oasis en medio de las pinchudas “uñas de gato”.

El puesto de Froilán, anunció Simón, mientras Arquímedes silbaba, distraído. Atrás de varios perros, el propio Froilán salió a recibirlos.

Milagro por acá, que gusto verlo amigo!!

Brevemente Simón le describió la situación, sin mucho detalle, y los presentó, Arquímedes, señalando con la mano… el pibe se llama Pocho. Arquímedes agachó la cabeza a modo de saludo, y Pocho apretó la mano derecha de Froilán, mientras sostenía la gorra con la izquierda. Aunque la tardecita invitaba, no había tiempo para relajarse, por eso antes de los mates Simón decidió esconder la chata detrás de una loma, borrar con una rama las huellas… Los milicos, dijo, si están atentos van a encontrar el camino. Enseguida le pidió a Froilán tres caballos mansos. No se equivocó, porque cuando recién se instalaba la ronda de mate, el silencio de la tarde trajo el ruido de un motor. La decisión del turco fue inmediata: los tres junto a la chata detrás de la loma. Para Froilán la instrucción fue breve. Debía decir que vio pasar una chata azul, que siguió camino por la huella para el lado del campo de Pereira. Sabía Simón que ese campo estaba tapera, pero la huella continuaba después camino a otros puestos, hasta desembocar en la ruta 6, pasando Mamuel Choique. Ya junto a la chata, sacó de atrás de los asientos las dos carabinas 22 y un revolver 38, y ordenó apostarse tras una piedra.

- Si vienen tiramos a matar!! La mercadería no se entrega!!. Arquímedes lo miró serio

- sabes muy bien que las armas no van conmigo.

Pasámela a mí, dijo Pocho, escueto, después de un breve silencio. Fue también escueta la mirada del turco al alcanzarle la carabina, mientras un relámpago de admiración cruzaba por sus ojos.

Los canas compraron lo que les dijo Froilán.

Ellos, tras la piedra, escucharon la detención del auto, adivinaron la charla, y aliviados, escucharon el ruido del motor siguiendo camino.

7.

- Sarco, dijo Arquímedes, ensillando su caballo, un rato después

- ¿qué?

- Sarco, quiere decir que tiene un ojo claro, en este caso celeste. Este pelaje es un overo rosado, sarco del lado de montar, Pocho.

Asintió Pocho bajando levemente la cabeza medio de lado, mientras Arquímedes se acomodaba en el bolsillo de su bombacha un montón de vainas de algarrobillo y otras semillas, junto con unas cuantas piedras que había juntado, antes de acomodar en su cabeza la gorra visera de color verde.

- Pero..¿no se quedan a churrasquiar? total los milicos ya se fueron… Les había preguntado Froilán un rato antes, encontrándose con la respuesta negativa del turco, que con afecto le dijo que era peligroso, que era mejor mover, por cualquier cosa. Acomodó la carabina del lado izquierdo del recado, el 38 lo alojó en su cintura, cuando vio que todo estaba bien, se bajó del caballo, le dio a Froilán las gracias y un apretado abrazo.

- En unos días, vengo hermano, a buscar la chata, y a churrasquear, le dijo. ..Los caballos los dejamos en la estancia de García, hasta allí vamos a llegar, si todo anda bien, y les vamos a pedir que nos arrimen al pueblo.

Pocho ensilló una yegua doradilla, y el caballo que uso el turco era un oscuro tapado, de todo lo cual tomo nota Arquímedes en su libreta.

Un rato después, el sol se clavó en el horizonte, a la izquierda del camino de los jinetes, atrás de un cerro. Taciturno encabezaba la marcha Simón. Mientras tanto el cielo fue pasando de un naranja furioso, a un rosa suave, para finalmente desembocar en un celeste levemente pajizo, que se fue oscureciendo, anticipando la noche.

Cuando más tarde la luna llena apareció por la derecha, la silueta de los jinetes se dibujó contra las lomas. Arquímedes sacó entonces una armónica de su chaleco, y se puso a interpretar una música de marcha, proveniente de la guerra civil española.

La luna ya estaba alta cuando avistaron el casco de la estancia.

8. El cuarto viaje fue el comienzo del fin.

Pocho estaba absolutamente deslumbrado con el Impala, modelo 58, recién salido del horno. Era un auto largo,. ¡descapotable!, como en las películas, pensaba Pocho mientras acariciaba las terminaciones cromadas del volante. Pero eso no era nada. Lo importante era la potencia del motor, y la suspensión. Parecía que a medida que fondeaba al acelerador, más se afirmaba contra el camino.

El auto era para un gringo, un inglés, mayordomo de la estancia Huenu Luan.

Arquímedes estaba locuaz ese día. Recorrió temas políticos, ya que Frondizi había ganado las elecciones con el apoyo de Perón, y en un mes asumiría como presidente. Estimó que casi seguro derogaría el decreto del paralelo, así que capaz este era uno de los últimos viajes. También tendríamos elecciones por primera vez en Río Negro, ya que era provincia desde hacía poco, dejando de ser Territorio Nacional. - ¿a quién vas a votar? preguntó Pocho. – A nadie, por supuesto, si las elecciones cambiaran algo ya las hubieran prohibido, sentenció. Luego se fue de tema y se metió a contar historias. Pasaban por Cholila, entonces narró con detalle la vida de aventuras de Butch Cassiddy, y su banda, que hicieron base en ese lugar durante un tiempo. Se entusiasmó con el asalto al banco de Comodoro, y comentó la muerte en Bolivia rodeados allí los dos hombres por un ejército. Se sumergió después en leyendas mapuches con las piedras que curan o que vuelan y los animales del agua. El paso cerca de Gan Gan le trajo el recuerdo de otra muerte, ocurrida justamente en esa zona. Se trataba de la famosa “Inglesa Bandolera”, mujer que manejaba hombres y mataba sus maridos, y cayó finalmente allí, emboscada por la policía en una “angostura”, un cañadón de piedra.

Entre una y otra historia cantaba y tocaba con la armónica hermosas melodías que transportaban a esos hombres duros a otros paisajes de afuera y de adentro.

Contrariamente a su costumbre el turco había insistido esta vez en viajar de noche. Cuando estaban por cruzar el paralelo a la altura de Gan Gan los estaban esperando. Encendieron reflectores clavándolos sobre el parabrisas. Cuatro patrulleros cortaban el camino. Sonrió Pocho ante el desafío, metió la marcha atrás, giro, derrape, y nuevo rumbo.

Pero esta vez los milicos tiraron, una descarga cerrada. No obstante esto sólo provocó que a la segunda marcha le siga la tercera, y el fierro a fondo ponga distancia, alargando el Impala, como si se estirara, mientras se apretaba contra el piso, como un “leopardo en plena carrera” pensó Pocho.

- Apagá la luz pibe, a unos 200 metros doblá a la derecha, enseguida hay unos sauces, mete el auto ahí, van a pasar de largo. La voz pausada del turco, ejercía como siempre una serena autoridad. Eso hizo Pocho y un minuto después dos patrulleros pasaron efectivamente por el camino.

- ¿Están todos bien?

- dijo Pocho.

- ¿Arquímedes? ¿Arquímedes? ¿Qué te pasa hermano?.y ahora sí la voz por primera vez sonó quebrada.

- Creo que me dieron, dijo con un hilo de voz, desde el asiento trasero del Impala.

- ¿Donde?

Por toda respuesta señaló su costado derecho, donde su mano apretaba, la camisa pegajosa y tibia.

¡Vamos a Gan Gan!! Aguantá hermano, tengo un médico amigo, no aflojés hermano.! ¡Dejame que yo manejo Pibe!! ¡Dejame que yo manejo!!

9. Nada fue igual después de la muerte de Arquímedes.

El médico de Gan Gan certificó que había ocurrido por causas naturales. La empresa funeraria del pueblo aceptó que lo prepararan y lo vistieran sus amigos para meterlo en el cajón, cuando se le explicó que esa había sido la voluntad del finado.

Pero en el pueblo se sospechaba la verdad.

En tanto el turco estaba ahora hosco y como ausente.

Le encargó a Pocho que fuera a la casa de Arquímedes, que ordene sus cosas, y que trate de encontrar una dirección de una hermana, que según él sabía era su único familiar vivo.

10 . Pocho sintió al cumplir el pedido que apenas había conocido a Arquímedes.

Crujió un poco la puerta de madera cuando pudo abrirla.

Algunos años después pensaría que al entrar por esa puerta penetró a una extraña dimensión de las cosas.

Pero en ese momento solo vio un pasillo ancho y corto, que comunicaba con la cocina. Había allí un combinado nuevo, de esos que venían con radio y eran aptos para los nuevos discos a “vinilo”, y una vitrola a manija. Muchos discos, guardados en cajas, otros acomodados en estantes. Clásica, tangos, jazz.

La casa consistía en ese pequeño ambiente, una cocina y una pieza grande.

La cocina tenía unas cuantas ollas oxidadas, platos sucios amontonados en una mesada, estantes con fideos, arroz y harina, una heladera a kerosen, una caja de lata, de yerba “nobleza Gaucha”, donde sonreía una mujer morocha. Encontró dos libros de recetas de cocina, lleno de anotaciones con lápiz. Había una mesa, que curiosamente tenía un mantel bordado. En una de las paredes estaba escrito “brazo y cerebro”. Un dibujo con pincel negro, de trazos simples, sobre una pared blanca representaba un brazo, y una mano que sostenía justamente un cerebro.

En la habitación había una cama de dos plazas, con un embrollo de sábanas y cobijas. Sobre la mesa de luz, un velador que se podía mover para focalizar, “articulado”, pensó Pocho, y un libro abierto: “La condición humana” .

Había libros y revistas por todos lados.. Los metió en cajas sin fijarse mucho, le parecieron a Pocho con olor a viejos y con polvo mientras lo hacía, salvo uno ilustrado “Los pelajes del caballo criollo” – parece nuevo, se dijo –y un atlas “Geografía de Europa y Oceanía”, que a Pocho le pareció un libro importante.

Un cuaderno más grande que las libretas, con su letra en la tapa “los mapuches se cuentan a si mismos”.

Encontró dos armónicas y una guitarra en su funda. Una colección de piedras y puntas de flecha con anotaciones de su procedencia, un viejo baúl de madera y cuero lleno de papeles y más libros, dos tarros grandes con semillas. También una tabaquera, y dos pipas. Una se la guardó Pocho como recuerdo, la otra fue a parar a una caja. En la pared del fondo, tras la cama, la foto de un señor de grandes bigotes, en un cuadro ovalado, y abajo un letrero que decía: “el abuelo”.

Un escritorio, encima una máquina de escribir Remington, varias libretas con anotaciones, y una botella de hesperdina, por la mitad,.

La ventana de la habitación tenía una cortina blanca, bordada en la parte de abajo. En la pared que enfrentaba la ventana estaba escrito: “El orden es enemigo de la armonía”. El ropero, de madera oscura con un espejo biselado y pocas cosas dentro. Le llamó la atención a pocho los calzoncillos largos, las camisetas de frisa, y un gorro de lana.

Sobre un gancho en la puerta, del lado de adentro colgaba un sombrero gris , y varios pañuelos de cuello.

En la misma puerta había fotos, pegadas, de una mujer joven posando, en la costa de un lago.

Después de pensar un poco decidió llevarse por unos días dos biblioratos y su contenido de papeles escritos a máquina, y las libretas (todas de tapas oscuras y flexibles), para leerlas en detalle y copiar lo que pudiera.

En el cajón del escritorio, había cartas, en sus sobres, atadas con un elástico. Por el remitente algunas provenían de su hermana, domiciliada en la Plata, y otras de una mujer llamada Estela, estas últimas perfumadas.

Finalmente Pocho, abrió la puerta que daba de la cocina al patio, buscó a Platón que era el perro de Arquímedes y después de cerrar todo, como pudo, se lo llevó a su casa. No encontró la gata. Ya la buscaría, sabía que era negra y se llamaba Penumbra.

Luego mandó cartas a las dos mujeres, Sarah Becerra, la hermana, y Estela Fernández, con la noticia del fallecimiento, mencionando brevemente “un infarto masivo”, la versión “oficial”.

Recién allí fue cediendo en el olfato esa presencia de la casa, que persistiría de otras maneras en el interior de su persona.

11. Hicieron un viaje más, esta vez sin problemas.

El estado melancólico del turco, sumado a su natural parquedad, hizo que en este viaje, casi no intercambiaran palabra.

Simón decidió una ruta, cruzando el paralelo al oeste de Sierra Grande, para finalmente desembocar en un camino que bordea por el Este la Meseta de Somuncura, pasando por Cona Niyeu, Arroyo Los Berros, Arroyo Ventana, Sierra Paileman, Aguada Cecilio y finalmente Valcheta, doblando allí por la 23 a la izquierda pasando por Nahuel Niyeu, Ramos Mexía y Sierra Colorada, camino al pueblo.

Era otoño ya, y llovía en buena parte del camino. El aire estaba impregnado de ese olor que ocurre cuando el encuentro de la tierra y el agua viene a resolver varios meses de sequía.

La ausencia de Arquimedes, era también una enorme presencia.

Tal vez por eso Pocho pensó con cierta nostalgia que probablemente fuera su último viaje.

Pero se equivocó.

El final llegaría unos 15 días después, buscando una camioneta similar a la que le tocó manejar el primer día.

El viaje de ida siempre se resolvía de diferentes maneras. En este caso Simón le pidió al destinatario de la camioneta que los lleve a Puerto Madryn, lo cual serviría también para que él mismo haga la elección.

Así se hizo, recayendo en una chata rojo oscura.

Curiosamente en el viaje de ida estuvo el turco más conversador que otras veces. Incluso contó algunas anécdotas de su vida de jagüelero, y uso una especie de seca ternura para referirse a Arquimedes, en ese tiempo de buscar el agua.

En cambio a la vuelta había regresado a su lugar oscuro.

El sol estaba alto, aunque con ese modo más lateral que va tomando su evolución en los meses previos al invierno, cuando le pidió a Pocho que parara.

Allí, detenida la chata en el camino, abrió una valija y sacó varios cartuchos de dinamita. También había un rollo de mechas de encender, con todo lo cual estuvo trabajando Simón, un buen rato ante la mirada atónita de Pocho.

Fijó los cartuchos debajo del paragolpe delantero y también de los guardabarros, con una cinta de pegar. Juntó varias mechas, enrollándolas unas sobre otras, hasta hacer una sola. Luego tirado de espaldas bajo la camioneta, hizo pasar la mecha única por un agujero del piso, para hacerlo aparecer en la cabina, por debajo de una de las alfombras. Ya dentro de la camioneta la fijó también con la cinta sobre el piso.

Luego, simplemente dijo: Tranquilo pibe, es por las dudas nomás.

Lo relatado ocurrió a la altura de Epuyén, viniendo desde Esquel por el camino a El Bolsón. El valle se encendía abajo, con el sol, rebotando en múltiples brillos en tonos amarillos y dorados, sobre las hojas ya caducas de los álamos. En cambio en la ladera de los cerros, atrás del valle, los cipreses imprimían oscuridad al paisaje, que más arriba todavía, se volvía morado en las hojas de las lengas.

Dejá que manejo yo, dijo luego nuevamente lacónico. Pocho bajó entonces, rodeando la chata hasta el lugar del acompañante.

Doblaron a la derecha a la altura de El Pedregoso, utilizando caminos vecinales arrimando a la zona de El Maitén. Atravesaron el río Chubut, que estaba muy bajo, esta vez por un vado, y fueron desde ahí rumbeando al noroeste, en busca del camino que pasando por Ñorquinco, continúa rumbo a Mamuel Choique y Ojo de Agua.

Al pasar por el cañadón de Río Chico, donde habían desviado hasta el campo de Froilán en la anterior ocasión, Pocho pensó que ya estaba, porque la policía del Chubut difícilmente se internara tanto en territorio rionegrino.

Luego atravesaron el Río Chico, que era en ese momento apenas un hilo de agua, subieron la cuesta del otro lado del vado y se dirigieron bordeando el arroyo, con rumbo este, hasta pasar la “hondonada de Raimil”.

Enseguida comenzaron a trepar la cuesta que sube a lo alto del pedrero, ya en las cercanías de Choique, con rumbo noreste.

En el medio de la curva los estaban esperando. A la izquierda una mole de piedra, a la derecha un barranco. Lejos, abajo, algunos techos de tejas de la estación de trenes y de las casas ferroviarias, en el pueblito. Adelante varios autos cortando por completo el camino.

Detuvo la chata Simón, a unos doscientos metros del retén. Su expresión era ahora decidida.

- Bajate pibe, ordenó. Corré, anda para el lado de ese mallín, pasando la loma hay un puesto. Pedile refugio a Inostroza, el te va a ayudar.

Pocho intentó una protesta,

- Déjame manejar, podemos escapar como otras veces.

- Ya no hay tiempo para nada. Bajá ahora. Usaba todavía su tono bajo, mientras buscaba los fósforos, y desprendía la mecha del piso. Bajá ahora carajo!!!, dijo luego empujándolo, y fue entonces un grito, y su cara un puño.

Bajó, aterido, vió como encendía la mecha, vio su fría determinación. Sintió luego los 8 cilindros tronar a pleno, vio la chata escarbando, lanzada.

Corría ya Pocho entre las matas del monte, bajando el barranco, cuando ocurrió la explosión. Tembló la tierra.

Luego un alud de rocas, mientras las chapas se elevaban, para caer muy lejos, retorcidas.

Protegido detrás de un molle Pocho vio todos los colores del fuego.

24 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Campos Morfogenéticos.

Es como un hervor oscuro o una gelatina que late. Más oscuro todavía que el túnel en el que ocurre ese movimiento. Extraña mezcla de...

La Dulce Nostalgia del Mar

Habrá que engrasar de nuevo el ruleman del molino. Está ruidoso. Acá crece el trigo. Pero el viento es, algunos días el dueño de la...

Aquí Me Quedo

Aclaración del autor. En este caso no se deberán buscar semejanzas con la realidad,, por cuanto la historia es absolutamente real....

Comments


bottom of page