No es que le haya deseado la muerte, no, de ninguna manera. Pero la verdá es que cuando lo vi. ahí, muertecito, con su traje a rayas, su corbata roja, tan tranquilo, oliendo a agua de colonia, pensé que si Dios así lo había dispuesto, bueno, debía ser para el bien de todos.
De verdá me tenía un poco cansada esas miradas de reojo a las muchachas, y algunas otras cosas de las que mejor no hablar, y era una mezcla sí, no niego, de tristeza y alivio, y tal vez de vida que empezaba de nuevo, quien sabe de qué modo.
Lo cierto es que el velorio estaba de lo más animado, bajaba el ron y el tequila, el café circulaba, y en todos los pasillos se conversaba con vos un poco baja, se contaban anécdotas del muerto, y hasta alguna risa hubiera podido ser risotada sino fuera porque la ahogaba, prudente, una mano apoyándose en la boca.
Trajinaban las viejas yendo y viniendo con ese modo afligido de andar en los velorios. Alguna lágrima había habido, al principio y un llanto fuerte también, de una mujer… no sé quien era, que se paró a mirarlo un buen rato y empezó después, despacio, a llorar sobre las mejillas pintadas de colorete, y al rato nomás el llanto entero, como desgarrado, mientras decía, pobrecito!!! Tan buenazo que había sido!! Y ahorita así!!. Pero después se fue, y lentamente la animación fue creciendo hasta este momento de velorio pleno, de murmullos y pasos.
Fue entonces que ocurrió. Entró por la puerta, andrajoso y mugriento, y se fue derecho hacia el cajón, aunque derecho es una forma de decir, porque trastabillaba, como si las fuerzas le faltaran. Cuando llegó, en cambio, miró al muerto y todo cambió. Hubo un viento que agitó su ropa, que al moverse pareció brillar, como si andrajos ya no fueran, y todo el brillo lo envolvió a él, que se hizo entonces como más alto. Su voz sonó transparente y firme cuando dijo: “Lázaro, levántate y anda”.
Lázaro no se hizo esperar. Después de todo era una orden, y él había sido siempre de obedecer, si en modo de orden venia la cosa. Entonces se levantó, se sentó primero, volteó sobre el cajón su pierna derecha hasta tocar el suelo con su zapato lustrado, y finalmente se bajó por completo, apoyándose con las manos en el borde de madera. Después salió caminando lo más tranquilo, y sin mirar a nadie se sirvió un café y dos tamales.
No les puedo explicar el zafarrancho que se armó en el velorio, se arruinó por completo!! Se produjo primero un silencio, se paró el mundo de los murmullos. Luego algunos salieron huyendo con un pánico que los ojos parecían no poder reflejar de tanto que era. Otros en cambio, los menos, se acercaron, como curiosos y en silencio, mientras la mujer que se había ido, había vuelto ahora, y gritaba, ¡es el milagro que te pedí Señor! , ¡gracias Señor!, ¡gracias Señor! repetía, a modo de letanía, al tiempo que movía de arriba abajo la cabeza. Ni modo de continuidad lograba, porque ella misma se interrumpía debido al flujo intenso de su llorar. En el medio de la confusión general el mendigo desapareció y nunca más lo pude ver. Dicen que nadie volvió a verlo, a pesar de que lo salieron a buscar.
Ya nada quedaba del velorio, salvo el cajón vacío y un olor dulzón a muerto y flores. Entonces yo, que también estaba bastante confundida y paralizada, me animé y me acerqué a él y le dije, ¿cómo estás? El me miró pero no dijo nada. Pensé que así sería, que de la muerte, al menos al principio no se vuelve hablando. Él se sirvió entonces un vaso de ron, y eso me dio miedo, como siempre, porqué de una copa seguía la otra, y después la otra, y entonces… Pero no, fue una copa nomás.
Ya en casa todo fue volviendo a una normalidad un poco rara, hay que decirlo. El primer día él no habló nada, confirmando lo que yo pensaba acerca de los modos de volver, luego empezó a hablar un poco, pero no se sí sabía muy bien adonde estaba.
Luego de unos días regresaron algunos amigos que habían huido cuando fracasó el velorio. Le propusieron volver a su lugar donde trabajaba, porque dijeron, que así, en su ambiente iba de a poco a encontrar quien era. El aceptó, y así fue que lo llevaron a la taquería donde antes preparaba el taco pastor, cocinando la carne de cerdo y de res. Dicen que estuvo animado allí, conversó con todos y hasta se rió.
Sin embargo cuando volvió a casa estaba triste. Sus ojos se habían vuelto más profundos, y miraban lejos. Eran distintos sus ojos a los que antes habían sido.
Le pregunté entonces, ¿quién eres? El me miró, sostuvo un rato de silencio, como si estuviera buscando la respuesta, y después me dijo: “tengo recuerdos del cuerpo”.
Ahorita tuve ganas de besarlo, me fui acercando a su boca, fui abriéndome camino dentro de ella, hasta sentirlo y sentirme. Deben haber hablado entonces los antiguos recuerdos, pero era suave ese presente.
Nos abrazó después la noche, tan cálida, con grillos….
Fue a la mañana siguiente que me dijo: “debo ir a la selva”. “Mande”, le dije yo, allí iremos.
Me puse entonces a organizar el viaje a la selva Chiapateca, el camión que nos llevaría saldría en la mañana siguiente y allá estaríamos por la tarde, en la Terminal de San Cristóbal de Las Casas, y luego hasta Ocosingo, unos 100 km al sur, en otro camión. Allí, a la mañana nos íbamos a encontrar con el amigo del primo de mi amiga Amanali, un hombre conocedor. El viaje fue tranquilo. Lázaro anduvo silencioso. Tomamos el desayuno con Eulogio, que así se llamaba el hombre. En la sartén, sobre una tortilla friéndose esperaban su turno unos frijoles, encima vendrían los huevos, el queso y finalmente una salsa de tomate con chile. “Unos huevos rancheros” dijo Eulogio con una sonrisa. Platicamos un poco, y ya estábamos dispuestos a internarnos en la selva. Lázaro estaba animado, dispuesto a su viaje que no se porqué se me ocurría, era otro diferente al mío, como si el de él fuera por adentro. Pero allí estábamos los dos, ahorita, sintiendo los sonidos de la selva. Las plantas hablan dijo Eulogio, y siguió luego hablando él en una lengua que no comprendí.
Había cascadas que caían por el borde cortado de unas piedras, y se volvían arroyos más abajo, corriendo con ese ruido tan bonito. “Habla el agua” dijo Eulogio y Lázaro lo miró expresivo. Había ruinas de las viejas construcciones, de las gentes de antes. Un grito tapó otros sonidos.. “Gritó el Cucú”, dijo Eulogio,” algo no está bien”, dijo. Es que “una verdad me anda buscando” le contestó Lázaro. Había viejas tumbas, de piedra. Algo ocurrió allí, porqué de pronto Lázaro se sentó, sobre una tumba, y estuvo así, un largo rato, quién sabe cuánto. Su mirada era ahorita muy oscura, como si no pudiera terminar de mirar no sé que cosa.. Eulogio tenía respeto en sus ojos. Yo lo miraba con mi mejor manera de mirar.
Al regreso, ya en casa, me di cuenta que me estaba acostumbrando a esa manera de vivir, y no supe por qué sentí al momento, una mezcla de susto y alegría. Tomando desde atrás sus hombros con mis manos, volví entonces a hacerle la pregunta ¿quién eres?. El volteó lento, y me dijo “me duele el alma”.
Luego de un prolongado silencio, me dio las instrucciones: “Está terminando el viaje, cuando eso ocurra, debes conseguirme hojas de nopal y ponerlas debajo de mi cuerpo, eso guiará mi camino de vuelta a casa”.
Así lo hice, cuando al día siguiente ocurrió la segunda, y definitiva muerte de Lazaro Urbina.
Comments